por lo menos el de la longevidad fabulosa de los tiempos patriarcales.
Don Sindulfo, sin esperar nuevas explicaciones, sacó su cartera y extendió una orden de pago contra su banquero, encargando el transporte á las Peninsulares de los objetos adquiridos, entre los que figuraba otro hallazgo hecho á última hora y consistente en un hueso petrificado, que tuvieron que pagar á peso de oro, pues se trataba nada menos, según el inventario, de una canilla de hombre fósil descubierta en las inmediaciones de Chartres, en unos terrenos de la época terciaria.
Los dos inseparables no pensaban más que en los preparativos de regreso á Zaragoza para entregarse de lleno á sus investigaciones científicas. Pero un garbanzo interpuesto en su camino cambió de fase la majestuosa monotonía de su existencia. Al ir por la tarde á liquidar y despedirse del banquero, fornido zamorano viudo y enriquecido durante la primera guerra civil con la empresa de suministros para el ejército leal, hubo aquello de:
—¿Y qué tal los tratan á ustedes en la fonda?
—Mal; comida francesa con la que nunca sabe uno lo que se mete en el estómago. Nos vamos de Madrid sin probar un cocido á la usanza de Castilla.
Y lo de:
—Pues hoy satisfarán ustedes su capricho; porque precisamente acabo de recibir unos garbanzos de Fuente-Saúco que ni de manteca serían más tiernos.
—Que eso sería mucha incomodidad.
—Que no.
—Que sí.
—Que torna.
—Que daca.
El resultado es que se quedaron á comer con el banquero, el cual banquero tenía una hija; la cual hija era muda; pero, aunque no le faltaba más que la palabra