varias lenguas diferentes, mientras que don Sindulfo aun en la suya propia no conseguía hacerse entender; y las mujeres se pirran porque les dén conversación. También se le iban los ojos detrás de los uniformes; pero don Sindulfo, comprendiendo que este es achaque de muchachas, se ponía de cuando en cuando el de nacional de caballería que usó en el bienio, y la dejaba tan contenta. El único defecto que tenía era el de no podérsela contrariar. Al instante le daba un ataque de nervios que se traducía en una serie de cachetes descargados sobre el occipucio de su marido, en gracia de cuya conservación el hombre tuvo por prudente dejarle hacer su voluntad en adelante para no excitar, decía, su sistema nervioso. Otra particularidad suya digna de notarse es que en cuanto veía una aguja enhebrada, se desmayaba; lo que, á pesar de sus buenos propósitos, la impedía ocuparse de los quehaceres domésticos. Pasábase pues el día poniéndose moños en el tocador, haciendo señas con Benjamín ó tañendo á la guitarra una cosa que nadie le había enseñado ni nadie podía entender; pero que ella reproducía siempre invariablemente con el mismo ritmo, idénticas modulaciones y análogos efectos: romper el tímpano de los que la oían.
Y así se deslizaron seis meses llenos de paz y de ventura para aquella trinidad; tras de los cuales vino el verano y con este los baños de mar, que el banquero tomaba en Biarritz para enflaquecer, sin lograrlo nunca, acompañado de su hija á quien se los propinaban para adquirir carnes, sin conseguirlo tampoco. Visto pues que Mamerta, a pesar del matrimonio, no engordaba, se decidió que aquel año iría con su padre, como de costumbre, á ponerse en remojo en la playa favorita de la emperatriz. Llegaron y se zambulleron; pero, con tan mala suerte, que el banquero mientras hacia una habilidad tuvo un vahido y se ahogó. Su hija pidió auxilio por señas; el bote de salvamento