te? Pues no había más que elevarle convenientemente, colocar debajo las mercancías, aplicarles un conductor y ellas solas subían por las aberturas hasta dar con los aisladores que paralizaban su ascensión en el punto deseado. La limpieza tenía lugar por el mismo procedimiento. Unas escobas mecánicas barrían los espacios libres y conducían los residuos sobre la trampa del piso principal. Abierta ésta caían las escorias sobre la cala y, repetida allí la operación, un bostezo de la guillotina las arrojaba fuera; de modo que bastaba empezar en lunes el barrido para en un segundo encontrarse con el sábado hecho.
En la planta alta residía el poderoso agente de la locomoción: la electricidad. Nada tan interesante como el relato de su mecanismo; pero como esto nos llevaría muy lejos y el lector, aceptado el principio, ha de hacerme gracia de las explicaciones técnicas, limítome á decirle que del centro de aquella zona lanzaban las pilas sus torrentes de fluido á todas las articulaciones encargadas de producir el movimiento y á los tubos neumáticos repulsores de la atmósfera. Un elegante registro marcaba la velocidad y una sencilla aguja la regulaba. En la misma pieza estaban el observatorio y el laboratorio con sus lentes, retortas, mapas, compases, bibliotecas, aerómetros y utensilios cronográficos. En las crujías laterales y con el sistema de los camarotes, alternaban por el ala derecha, el gabinete de señoras con el cuarto de baño y la despensa con la cocina; en la que sobre una plancha colocábase un pollo vivo que una descarga eléctrica desplumaba, mientras un chispazo lo convertía en comestible, siete mil doscientas veces más pronto que cualquier asador común.
El lavadero, situado en la extremidad posterior del eje, era un prodigio. Entraba la ropa sucia por un lado y salía por el otro, lavada, planchada, seca y zurcida.
El ala izquierda se la había reservado íntegra el sexo fuerte, y nada tenía de notable á no ser el departa-