rándose con su señor—creo que también podría usted venir.
—Insolente!
—Para hacernos compañía y enseñarnos ciencias en los ratos de ocio.
El tutor no se había equivocado acerca del propósito de los invasores, según la traducción que Benjamín le hizo de las órdenes dictadas por el jefe de la fuerza. Los expedicionarios estaban irremisiblemente perdidos. Una idea luminosa brotó sin embargo en el cerebro del atribulado don Sindulfo.
—Si logramos ganar tiempo—dijo al políglota—nos hemos salvado.
—¿De qué modo?
—Dando al vehículo la velocidad máxima y consiguiendo que estos kabilas, que no están sometidos á la inalterabilidad, se vayan empequeñeciendo hasta que concluyan por desaparecer una vez traspuesto el instante de su natalicio.
—Sublime idea!
Y forzando el graduador, la máquina se puso á funcionar con una rapidez vertiginosa.
—¡Á ellos!—gritó el capitán; y los moros se aprestaron á consumar su obra; pero los ayes y las lamentaciones del sexo débil eran tan repetidos y penetrantes, que, no logrando restablecer el silencio, les pusieron á todos á guisa de mordaza un lienzo atado en la boca y, oprimiendo sus brazos con fuertes ligaduras, los arrastraron tras sí para conducir los esclavos al asilo del disperso campamento.
Cerca de un cuarto de hora anduvieron buscando los riffeños inútilmente la salida, con gran satisfacción de los cautivos que, si bien no podían pedir socorro ni fugarse maniatados como estaban, veían en cambio que sus opresores se rejuvenecían rápidamente y acariciaban la esperanza de hallarse en breve libres de su yugo.