de esta ciudad! El centro es una verdadera vorágine.
—Sí, señora; pero el barrio donde vivo, resulta por su modestia y su tranquilidad una anticipación de la aldea.
Callaron entonces.
De la quinta ya casi anochecida llegó clarísimo el flauteo del zorzal. En la meditabunda paz, aproximó las almas una dulzura de acongojada simpatía.
El destino tornábase adverso para Suárez Vallejo y Luisa, que el domingo, contra toda esperanza, tampoco pudieron hablarse. Precisamente cuando uno y otra tenían como nunca un mundo de cosas que decirse.
Violentando su propia recomendación, Suárez Vallejo había pensado en la carta, al parecer inevitable; mas ella provocaría una respuesta no menos segura, con riesgosa complicación de intermediarios.
Decidió, entonces, publicar el jueves un romancillo que leería la víspera a los Almeidas, poniéndolo para mayor precaución entre otros dos de asuntos distinto. La verdad era que tenía olvidado el género. Doña Irene habíaselo recordado poco antes, lo cual daba más oportunidad a su ocurrencia.
Entre varios inéditos que guardaba, eligió dos para primero y final. El otro decía: