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EL ANGEL DE LA SOMBRA

del torcijón que le di. No podrá volver a su oficio de estibador y me parece listo. Quizá como portero de la escribanía...

—Buena pieza la que me recomienda! Ya fué un error esa declaración favorable. Yo habría dejado que lo procesaran, como era justo, por atentado criminal. Pero usted con su sentirmentalismo!... Usted y...

—Ella es quien lo ha perdonado.

—Me lo imaginaba. Claro! Claro! Sí, pues. Perfectamente claro!

Ambos rieron con franqueza.

—Bueno, prosiguió Cárdenas. Veremos... Aunque sin prometerle nada, eh?... En cambio, me ocuparé gustoso del viejo Dubard. Hace mucho que no lo veo.

—Está siempre muy rosadito; pero flaquísimo, encorvado. Parece, el pobre, un langostino. Visitelo, que es obra de caridad.

La patrona de la pensión había visto a Suárez Vallejo en son de consulta; pero en realidad para quejarse del trimestre que el profesor le adeudaba. Cada vez más imposibilitado de trabajar, si no le despachaban la jubilación durante las próximas vacaciones... —adiós mi plata—concluyó con sardónica avaricia.

Suárez Vallejo garantió la deuda hasta entonces, exigiendo en cambio toda la consideración que merecía tan fiel y antiguo cliente.


LII


Fué a despedirse del viejo, no bien regresó del ministerio con sus pasajes.