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EL ANGEL DE LA SOMBRA

Atropelláronse a sus ojos lágrimas ardientes que no llegaban a brotar, escaldándole los párpados con una especie de feroz hurañía.

—Todo!... —murmuró ella desolada. Quién puede saber!...

Pero él insistió, esquivando el rostro como para evitar su propia ocurrencia:

—¿No le parece que yo... Que mi presencia aquí?...

—Usted? .. Por qué? .. De ningún modo... Al contrario!...

Al contrario!

Cómo lo enterneció esa espontaneidad de alma generosa!

—Pero se va a morir!—prorrumpió con rudeza absurda.

Un sollozo de brutal sequedad le desgarró la garganta.

En el silencio trágico que sobrevino, dominó la persistencia rumorosa de la lluvia el estruendo sordo del mar.

Y con la cara entre las manos, la tía Marta, sin responder, salió llorando.


LXXXII


Aquellos seis días, casi solo en su aposento, ante la lluvia inacabable y el mar, habíanlo desesperado hasta la demencia.

No pudo aguantar sino dos la tortura de asistir a las comidas, donde su papel de huésped forzábalo a intentar conversaciones triviales y fracasadas, ya con don Tristán y el doctor, que callaban