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Página:El Angel de la Sombra.djvu/182

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LEOPOLDO LUGONES

bíalo visto desde el balcón matar s u aburrimiento, paseando campo afuera bajo la lluvia.


LXXXVI


En su ocio forzado, que apenas alcanzaban a distraer las lecturas de pasatiempo permitidas por el doctor, o los ejercicios, someros también, de la lección vespertina, muchas veces postergada por capricho indolente, Luisa entregábase a un lujo excesivo y pueril de nobles sedas y piedras precio sas.

Hubo que llevarle de la Capital la colección de mantones y encajes cuya opulencia enorgullecía a doña Irene, y las joyas familiares que se dió a usar con abandono señoril, en predilecta profusión de sortijas.

Erale grato sobrecargar con ellas por contraste sus lánguidas manos, que así agobiadas, parecían desfallecer de amor, otorgando en su palidez el lirio reinante de la hidalguía; trabarlas de pulseras con la bárbara pompa de una esclava de cuento; atardarlas en la adorable caricia de las sartas de perlas; desnudar en un temblor de rocío el grácil cuello mojado de diamantes; renovar en un entrevisto esplendor el boato antiguo de las ajorcas...

Flúidas líneas de túnica y de manto in materializaban su andar en deslizamiento de larga seda. O era, bajo la espiritualidad sutil del ámbar, una elegancia otoñal de deshojamiento en evaporación de amorosos encajes.

Exageraba aquel perfume, para abolir el odioso dejo de creosota que difluía a veces en torno suyo un resquemo de droga lúgubre. Y el exceso