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Página:El Angel de la Sombra.djvu/199

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EL ANGEL DE LA SOMBRA

morir!....

En ese momento, un tilburi cuyo rodar apagaba la arena, detúvose detrás de él, al propio tiempo que una voz exclamaba con acento extranjero:

—Doctor Suárez Vallejo, qué hace aquí usted con este sol!

Su mirada, turbia de extravío y de asombro, apenas reconoció al transeúnte.

Era Ibrahim Asaf.


XCIV


—Volvía de ver unos terrenos cuya adquisición me interesa, y que me han retenido acá tres semanas con motivo del temporal—explicaba el asiático en el saloncito familiar de la pensión donde residía.

—Soy huésped único—añadió ante la mirada inquieta del joven.

—Nadie puede oírnos, ni se ocuparán de nosotros. Gente inglesa: reservada, tranquila...

Calló un momento.

—Así, pues—prosiguió con gravedad—ha pasado usted el trance en la condición prodigiosa que no se realiza sino cada muchos siglos. El sacrificio de un ángel le ha abierto las puertas de la eternidad. Ahora conoce usted el secreto. No tardará mucho en sentir materialmente sus consecuencias. Ella vino a buscarlo del otro lado de la vida y del tiempo, separada de usted por sombrío episodio, desde la época en que habitaba un castillo de piedra del Languedoc.

Volvió a callar como recapacitando. El joven había empezado a llorar sin lágrimas, en un suaví-