—Yo limé la hoja. En una carta que le dejo, verá por qué. No merezco su compasión ni su estima.
Retiró la mano que el joven quería tomarle, y entró en agonía, ya para no volver.
La carta era seca como un informe. Contaba todo, sin sombra de arrepentimiento. La misma ejecución mortífera por mano del joven, fué, decía, una ocurrencia, inexplicable, quizá; una forma de
suicidio adoptada con fría desesperación. Sandoval había se impuesto así la pena capital de los asesinos. No por él ni por el otro, sino por ella. Para ser también él solo quien la vengara. Un suicidio común habríale parecido poco. La elección del ejecutor era también por ella. Porque, siendo su amante, era el que más habríala satisfecho. Y si todo aquello parecía un caso de enajenación mental, o lo era
en efecto, convendría pensar que cualquier pasión desesperada es una forma de locura. El despertamiento atávico del corsario antecesor, en él, constituía, pues, el caso. Decía la tradición familiar que los Mauleon poseyeron sobre el Mediterráneo una fortaleza desde la cual pirateaban y arrojaban a las mujeres infieles. Comuníqueselo al doctor Fulano, añadía: el disidente del pronóstico fatal.
—Y fué así, concluyó Suárez Vallejo epilogando, como entré en relación con los adeptos. El desarrollo de mi carrera me llevó al Asia, y allá conocí al