existe en el vértigo... Uno que debe incesantemente partir...
Y tendiéndome la mano:
—En homenaje al encargo que le he traído, prometóle que, si me es posible, me despediré de usted cuando el ángel venga por mí. Cuando llegue mi hora...
Mediante la copiosa información en que los diarios rivalizaban, asistíamos, por decirlo así, a los preliminares del armisticio que iba a terminar la
Gran Guerra.
Rendído a tanta contradictoria emoción, dormía una noche, lejana ya de aquella extraña entrevista, cuando me despertó la impresión de un estallido.
"Pesadilla de guerra"—pensé sin sobresalto, atribuyéndolo a mí excesiva preocupación.
Habíame quedado con los ojos abiertos en la obscuridad, gozando la sensación de las tinieblas, que me es grato experimentar en el silencio de la noche.
Ajeno a toda alucinación, clara la mente, y sin vincular a ningún recuerdo el estrépito despertador, advertí que hacia el fondo del cuarto, a la altura del dintel, cruzaba la sombra, sin ser de ningún modo claridad ni vislumbre, opaca como la misma obscuridad, una lista azul que fué encogiéndose hasta desaparecer.
Entonces, con certidumbre imperiosa y absurda a la vez, me asaltó una idea:
—La despedida...