tu costumbre de no contrariar jamás de palabra. Pero conviene pensar más lo que se dice. A qué vino ese "pronto"?... Te aseguro que me dió una rabia! Porque, veamos: a ti qué te importa?
—Pero nada, por Dios! Lo dije pensando en algo que está a mil leguas de tus escrúpulos...
—Pensando en algo?... Y en qué?
—En que Suárez Vallejo podría quizás enseñarme, enseñarnos, si te parece, la dicción que nos falta.
—Lo dices porque sabes que suele ocuparse en preparar alumnos reprobados?
—No, no lo sabía; pero tanto mejor, entonces. Así no te mortificará ya mi proyecto.
—Como proyecto, no; aunque el profesor no me gusta. Es demasiado joven.
—Pero qué edad tendrá?—intervino la señora.
—No sé, mamá... Veintiocho a treinta años...
—Treinta años, no es decir un jovencito, Efraim. Y Suárez Vallejo me parece, además, un mozo serio, instruído.
—Como serio y culto, lo es. Ya te he dicho que pasa francés a varios alumnos libres, para ayudarse. Porque es muy pobre. Y muy altivo.
—Eso se le advierte. Con lo que me parece más oportuna la idea de tu hermana. Siempre le convendrá a ese joven una lección cómoda y bien retribuída.
—No sé si aceptará; porque es muy distinto, siendo amigo de la casa. Además, no me encargaría yo de verlo. Y francamente preferiría a M. Dubard...
—Pero si el pobre M. Dubard, compadeció la