marote que se nos destinó para descansar, me dijo con la misma voz tranquila:
—Perdone si lo molesto, doctor, porque los médicos de la empresa tienen todavía tanto que hacer. Pero creo que a mí también me ha tocado algo.
Tenía dos costillas rotas y la pleura lacerada por una tremenda contusión.
Estuvo muy grave; pero no hubo modo de que aceptara ninguna gratificación de la empresa, ni que consintiera en la publicidad de su acto.
Pidió únicamente su traslado acá, para tener, decía, ocasión de instruirse un poco; empezó a escribir, obteniendo luego el empleucho del Ministerio... y las lecciones...
—Que tú le proporcionaste, interrumpió don Tristán.
—Que yo le sugerí. Pero, quién de ustedes tuvo la idea? ..
—Yo, dijo Luisa, más abstraída que nunca en la serenidad de sus grandes ojos.
—Te lo dirían las voces... —bromeó Efraim, tranquilizado por aquella actitud.
Luisa y el doctor sonrieron vagamente.
Aquello de las voces, referiase a una de las rarezas infantiles de la muchacha; pues como la tía Marta estuviera leyéndole una vez la vida de Juana de Arco, declaró muy seria que ella también oía a los ángeles.
Desolada por las reprensiones y las chanzas que motivó de consuno, refugióse en la bondad del