que dan miedo de juntas! La frente, sí, la tiene despejada: una hermosa frente... Claro... algo ha de tener—comentó, echando una ojeada comparativa sobre Efraim—...Pero mira con una tranquilidad tan segura, que choca, que ofende, porque es una arrogancia. Y ese aire de estar siempre pisando la tierra como si fuera suya?... Y las manos, señora! unas manos tremendas, con los dedos que parecen fallebas. Mamá dice que son de pianista o de espadachín. Yo le encuentro algo de comandante.
—Pero Adelita—rió Efraim—qué implacable está con el pobre Suárez Vallejo.
—Implacable porque no lo hallo buen mozo? Puede ser... Pero no le niego su preparación ni su talento.
—Eso es lo razonable, Adelita, aprobó la tía Marta.
Con todo, la chica insistió aún en sus reparos: los ojos demasiado negros, la boca demasiado gruesa. Lo único que le hallaba distinguido era la palidez.
Advirtiendo que se había manifestado un tanto excesiva, quizá, insistió sobre el mérito intelectual del "profesor":
—Un talento brillante... Una erudición... Quién va a negar... Procuraré no desmerecerle como discípula. Quizá no me gusta porque no lo entiendo. Como soy tan ignorante...—añadió, coqueteando visiblemente con Efraim. Es más para ti, Luisa; más de tu temple...—podré decir... feudal?
Y con homenaje irónico, que no excluía un cordial acatamiento: