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Página:El Angel de la Sombra.djvu/46

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LEOPOLDO LUGONES

—Fuí así desde chica. El doctor se divertía en hacerme hablar. Pero no es mérito propio. Me pasa como con las cosas que aprendo. Es como si otra persona recordara y hablara en mí. A veces yo misma me asombro de lo que digo.

—Eso no es más que inteligencia. Por no decir talento, para evitarle la sospecha de una alabanza cursi.

—Nunca sospecho de usted—afirmó Luisa sencillamente.

Callaron un momento, mirándose con franqueza cordial. La verdad es que eran ya grandes amigos. Parecióle a Luisa que por primera vez experimentaba el regocijo del descanso. La tía Marta contaba los puntos de su encaje, espiritualizada en la redonda claridad su fina cabeza que inclinaba sobre la obra con prudencia indulgente.

XIII


Suárez Vallejo advirtió con súbita inquietud, que tal vez la olvidaban demasiado.

Entonces, renovando una petición sugerida días atrás por la joven, solicitó de su bondad un poco de música.

Famosa pianista en su tiempo, había enterrado también el arte en el silencio de su infortunio, sin otra excepción que lo estrictamente necesario para la enseñanza de Luisa, alumna indócil sin remedio a la disciplina del taburete.

Tuvo, pues, que desistir, tras no pocos ensayos para adecuar al aprendizaje aquella contradictoria sensibilidad, exaltada en ocasiones a un verdadero