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EL ANGEL DE LA SOMBRA

embarazo. Pacotilla de exportación... al pastel. Lo más divertido era oír el francés de Cárdenas.

—Demasiado repintadas las damiselas, afirmó Sandoval.

—Y demasiado estridentes. Cotorras al fin. Lo gracioso es que una de ellas había ido a dar en la pensión donde vivo. Produjo la impresión de un cartel audaz en aquel vecindario de familias humildes. Pero esto es nada. A los tres días, alborotaba de tal modo con sus cancionetas, que los pensionistas apelamos ante la patrona, encabezados por el propio M. Dubard. Indescriptible el escándalo de la expulsión, en un barrio tan solitario y silencioso. Allá donde la paz de la noche empieza al entrarse el sol, los alaridos fueron tales que hicieron volar a las palomas de los tejados. Qué habría dicho la ofendida, a saber que yo me contaba entre sus verdugos...

—Era fea?... —preguntó Adelita.

—Fea?... No, como todas: una estampa convencional de ojeras, rouge y postizos.

Luisa callaba con dichosa inocencia, enternecida tan sólo al pensar que en esos viejos tejados anidaban palomas. Volvíale más grata aún aquella impresión de reposo cuando él hablaba. Era, decíase, la confianza que no puede infundir sino una noble amistad como la de Suárez Vallejo; y su regocijo dimanaba de creer que todos los suyos la comprendían.

Enteramente de blanco, ahora, una delicadeza infantil parecía sonreírla con frescura adorable, hasta abolir en su gracia la misma feminidad, como si no fuera más que una cándida nubecilla.{{np}