te detienen por el sumario, mándame avisar a cualquier hora. De lo contrario, búscame mañana a las dos en la oficina... O mejor en la escribanía de Cárdenas.
—Está bien, don Carlos. Pero yo quisiera que me permitiese... —añadió, y dientes y ojos blanquearon con grotesca amenidad en su cara negra—que me permitiese pedirles perdón a las señoritas por el mal rato que les di.
—Bueno, bueno; estás perdonado. No demores...
El delincuente habíase, en eso, incorporado. Y mientras pasábanle una esposa a la mano izquierda, dijo con avezada naturalidad:
—Déjeme suelta, no más, la otra, que la tengo zafada.
Luisa rehusó por innecesaria la tisana cordial que a indicación de Suárez Vallejo habíale ofrecido la tía Marta.
Mientras volvían los ausentes, a quienes decidieron no alarmar adelantándoles la noticia ya inútil, el joven, para distraerlas, refirióles cómo era que conocía al negro de la fuga.
—Fué, dijo, en un descarrilamiento hace años. Creo que el doctor Sandoval les ha contado algo de eso... Lo ayudé a salir de entre los hierros de un vagón. Sostiene que le salvé la vida, y me guarda desde entonces una fidelidad de perro. Lo más cargoso es que se empeña en ser mi cochero gratuito y va a buscarme donde esté, si es de noche o un poco lejos. Me ha obligado a transi-