llamaron a la puerta. Ambas volviéronse a un tiempo.
Era el negro de la víspera, que avanzaba por el zaguán con un ramo de rosas y de azucenas. Una críadita acercósele, y él presentó las flores esbozando una genuflexión, mientras reía con todos sus dientes:
—Para la señorita —acertó a decir, confuso, hasta malograr a ojos vistas el cumplimiento que traía preparado.
Y como la mirada de la chicuela vacilara entre las dos:
—Para la niña... —apoyó con una indicación de cabeza hacia Luisa. —Para la novia de don Carlos—precisó, más cohibido aún, y tomó la puerta casi corríendo.
Las tres echáronse a reír de buena gana ante la ocurrencia. Pero Adelita evitó mirar a su amiga, presintiendo, sin saber por qué, el rubor que habíala encendido.
Desde el despacho interior donde por fineza de Cárdenas trabajaba solo, en el segundo piso de la escribanía, Suárez Vallejo, asomándose a la ventana de reja que dominaba el extenso patio y el portal sombrío de aquel anticuado caserón, vió que Blas acudía con su habitual puntualidad. Dicha ventana conservaba desde un tiempo en que la habitación fué dormitorio del escribano, los visillos y una cortina de felpa granate que pendía a un costado, arrastrándose en polvoriento desuso.