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EL ANGEL DE LA SOMBRA

llamaron a la puerta. Ambas volviéronse a un tiempo.

Era el negro de la víspera, que avanzaba por el zaguán con un ramo de rosas y de azucenas. Una críadita acercósele, y él presentó las flores esbozando una genuflexión, mientras reía con todos sus dientes:

—Para la señorita —acertó a decir, confuso, hasta malograr a ojos vistas el cumplimiento que traía preparado.

Y como la mirada de la chicuela vacilara entre las dos:

—Para la niña... —apoyó con una indicación de cabeza hacia Luisa. —Para la novia de don Carlos—precisó, más cohibido aún, y tomó la puerta casi corríendo.

Las tres echáronse a reír de buena gana ante la ocurrencia. Pero Adelita evitó mirar a su amiga, presintiendo, sin saber por qué, el rubor que habíala encendido.


XXX


Desde el despacho interior donde por fineza de Cárdenas trabajaba solo, en el segundo piso de la escribanía, Suárez Vallejo, asomándose a la ventana de reja que dominaba el extenso patio y el portal sombrío de aquel anticuado caserón, vió que Blas acudía con su habitual puntualidad. Dicha ventana conservaba desde un tiempo en que la habitación fué dormitorio del escribano, los visillos y una cortina de felpa granate que pendía a un costado, arrastrándose en polvoriento desuso.