Página:El Angel de la Sombra.djvu/99

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-Sí; no sé de qué... Del destino... Del misterio...

—La injusticia con nuestro cariño te inclina a los presentimientos.

—No es presentimiento...

Acogióse a él con intimidad casi espantada:

—Es que esta dicha es demasiado grande para guardarla sin morir. Y temo...

—Luisa!... —acertó él a implorar apenas, cubriendo de besos sus ardorosas manos. Cerró ella los ojos, estrechándosele más, con un susurro de pasión desgarradora:

—...Y temo que me mate tu amor antes de darte todo el mío.

Con desesperado afán, temblaron las almas un instante al borde abismal del supremo encanto.

El paso de la tía Marta que atravesaba el patio, contuvo ese vértigo, quizá fatal, con advertencia casi instintiva; mas el sacudimiento había sido tan hondo, que aquélla los miró con vaga extrañeza.


XLIV


No podían malograr, pues, para el resguardo de su secreto, los preciosos instantes; y en la primera ocasión, Suárez Vallejo comunicó a Luisa su próximo desempeño de aquella inspección consular, que ahora lamentaba haber solicitado, pero que no podía ya declinar sin fomento de habladurías y conjeturas.

La oportunidad de semejante ausencia era tan evidente, que heló el alma de Luisa con irrevocable