Página:El Cardenal Cisneros (03).djvu/7

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tomó el Cristianismo, en el seno de un pueblo civilizado y alboreando ya la edad moderna, de aquel incendio, verdadero ó falso, mayor ó menor, cierto en nuestro concepto, pero no de las proporciones que algunos historiadores suponen, consumado por el Islamismo y por su Califa Omar en la Biblioteca de Alejandría. Presa fueron de las llamas en Granada millares de volúmenes, y á excepción de trescientos tratados de medicina que Cisneros apartó para su Colegio de Alcalá, ninguno más alcanzó gracia, ya la pidieran á grandes gritos, éstos por sus primorosas labores, aquellos por los asuntos de que trataban, los otros por su notoria riqueza. Este hecho, que alguna disculpa puede tener con relación á la época en que tales pruebas de fanatismo é intolerancia se daban en todas partes, es lamentable para la buena fama de Cisneros, espíritu superior, de quien era de esperar que en esto, como en tantas otras cosas lo hizo, se adelantase á su tiempo, mucho más cuando se compadece tan mal con su protección á las ciencias y á las letras y á los sabios que las profesaban, esta persecución literaria, más perjudicial si cabe, como dice Prescott, qué la que va contra la vida misma, pues rara vez se deja sentir, la pérdida de un individuo más allá de su generación, cuando la destrucción de una obra de mérito, es decir, la destrucción del espíritu revestido de forma permanente, es pérdida que sufren todas las generaciones futuras Contradicción en el carácter de Cisneros, que sólo explica la intolerancia religiosa, de que por fortuna, y bajo ciertos puntos de vista, nos vemos aliviados hoy en que, en una guerra contemporánea con infieles, respetamos escrupulosamente su religión en la única ciudad que ocupamos, y enviamos allí jóvenes ilustrados, como el ya difunto Lafuente Alcántara, á recoger manuscritos árabes, quizás los que escaparon del auto de fe granadino, ocurriendo ahora mismo en nuestra España que el respetable Obispo de Córdoba y todo su cabildo dediquen sus pobres economías á desenterrar y descubrir á la luz del dia los arabescos y filigranas de aquella portentosa catedral, bárbaramente tapiados en otra edad por las incultas manos del fanatismo.

Como se ve, no excusamos las faltas y los errores de Cisneros. Por grande que sea nuestro entusiasmo por las glorias patrias, es mayor el respeto que profesamos á la conciencia de la humanidad. La historia no conoce el patriotismo, ese patriotismo estrecho, restringido y localizado, que consiste en amar ó aborrecer lo que ama