ya extindel Medio—Evo, testigo secular de una fe guida, alma de piedra de siglos bárbaramente ingenuos! En todo momento, fuéramos donde fuéramos, al ir y al volver, forzosamente, frente a Norte—Dame pasábamos. Y en esos 29 inolvidables días la he admirado bajo todas las luces, desde todos los puntes de vista: Cruzáramos a pie o en auto los pucates de l'Ile de France, remontáramos el Sena o regresáramos río abajo, en los Bateaux Mouches, ascendiéramos a la gigante Eiffel, a la Columna de Julio o a las torres mismas desbordantes de monstruos alados, la Catedral, siempre la Catedral fijaba mi alma en los siglos que pasaron.
Amaba sus alrededores, sus puertas esculpidas, sus peldaños enterrados a medias, sus naves, su escalera que amedrenta, la tallada en la piedra y que a la piedra hirviente en monstruos esculpidos lleva; su balconada del frente, el panorama que desde ella se domina, sus torres agujadas, su techo de pizarra, su actual abandono, su pasada majestad y realeza, la pátina con que la marcó el tiempo; el sol que a mediodía la baña rejuveneciéndola; la lluvia lenta y triste que le llora saudades de tiempos pasados para no volver; la sombra de la tarde en un bello ocaso que le hace revivir.amortajándola en el pasado glorioso.
Pero nada de eso hablaba ya a mi imaginación y a mi sentimiento si llegaba a fijar la mirada en los monstruos de granito que pueblan sus techos, decoran sus salientes, trepan por torres, agujas y flechas, flanquean campanarios, bordean tejados, abriendo por doquier enormes bocazas.
Los miraba y sufría. Y un terror vago, profundo, me atraía, sin embargo, a ellos. Allí estaban aguitándome con sus cuencas sin ojos, injuriándome con sus muecas demoniacas, amenazándome con sus