GRANADA, CORDOBA, SEVILLA
Arribamos a Gibraltar de mañana y desembarcamos en un buquecito a vapor. Preciosa la vista de las dos costas: la africana y la española, hoy inglesa.
La lluvia nos recibió en el puerto. Al desembarear pasamos por doble hilera de fortificaciones y, llevados por un cochecito ligerísimo, como silla de manos con ruedas y toldo, llegamos al hotel.
Empleamos esa tarde en recorrer la ciudad y el día siguiente en visitar el peñón, por dentro y por fuera. Ascendimos hasta donde es permitido, en medio de los jardines más bellos y gozando del panorama más vistoso que imaginarse pueda. La falda florida de la montaña, la ciudad con su edificación característica, inolvidable; el puerto lleno de transatlánticos; la costa africana al frente, el mar en medio.
A la tarde penetramos en el peñón, recorriendo las fortificaciones que taladran y agujerean la roca para dejar paso a los cañones poderosísimos que custodian la bahía.
Luego fuimos en coche hasta la punta de Europa, extremo en que el Mediterráneo y el Atlántico la baten, a cinco kilómetros de la ciudad, por entre jardines, al principio, y luego por entre tunas flori-