til con esos cuentos—novelas románticos que, como Pablo y Virginia, parecen inofensivos. Leyendo las descripciones del abate Saint—Pierre, Emma había soñado poseer la cabaña de bambú, el perro Fiel, el negro Domingo y, sobre todo, gozar de la dulce amistad de un casi hermano que buscara para ella rojos frutos en aquellos árboles más altos que campanarios, o que, descalzo, corriera por la arena trayéndole nidos y flores.
Niña aún, en el convento donde fué educada, en lugar de seguir la misa, miraba en su libro las estampas piadosas orladas de azul que sirven de señaladores, dando libre curso a su fantasía ante la oveja descarriada, el sagrado corazón atravesado por agudas flechas o el buen Jesús que cae bajo el peso del madero. Ensayaba, para mortificarse, el quedar un día entero sin comer. Su febril imaginación, excitada por el encierro, el misticismo y las malas lecturasbuscaba constantemente algún voto inútil que cumplir.
Todos los días al toque de Angelus, reunidas las educandas en el refectorio, leíanles resúmenes de historia sagrada, conferencias o sermones célebres, ycomo premio, el Domingo, algún pasaje del "Genio del Cristianismo". ¡Cómo escuchaba Emma las sonoras lamentaciones del melancólico romántico! Le parecía que todos los ecos de la tierra y de la eternidad las repetían. Hija de campesinos, habiendo pasado su infancia en contacto con la naturaleza, no la atraían las descripciones admirables del cantor de Atala. Temperamento más sentimental que artístico, buscando siempre emociones, dejaba de lado, por inútil, todo lo que no contribuía a las necesidades inImediatas de su corazón.
Esta imaginación sentimental, despierta desde la niñez, fué precoz y artificialmente sensualizada por la lectura de novelones románticos. Cada mes vivía ocho