grandes masas, pequeños círculos, y hasta pulgas solas, pasándose la mano por la frente.
El domador había dado el impulso y ¡oh terror!, allí se estaba formando una generación, como las nebulosas, tan parecidas a los vientres, que amasan dentro de su seno las futuras desgracias y los futuros finales. El domador pensó en la trascendencia de las cosas redondas, la pérdida de los salientes en la vida, tal vez todo se iba sacrificando por hacerse redondo.
Dentro de aquel cuarto se estaba formando un mundo. Aquellas pulgas que perdían el andar de pulgas, y los gestos de pulgas, estaban anidando dentro de su cuerpo la ilusión, la ilusión que se había dado el brazo con la esperanza, a él esa unión no había hecho otra cosa que engañarlo, para que llevara por !a vida una carga de pesares, de daños orgánicos, y hasta un más allá, sacado de la más cruel de las realidades, de reintegrarse al polvo que redondea los mundos.
En aquel cuerpo mortal de sus pulgas, se presentía el amor, el amor con toda su cola de odios, y que él había visto, como se sintetizaba en purísimo egoísmo.
Sus pulgas llanas, a quienes lo mismo les era una pierna de reina, o de andarín pordiose-