Sus anuncios: la pulga que saltaba el aro, la que le daba vueltas a una noria, la que empujaba el carretillo, la equilibrista, la que trabajaba con una bola del tamaño de un guisante, la que disparaba un cañón, los duelistas la corrida de toros, los bailarines, los reyes en carroza y tantos otros oficios que habían ennoblecido la vida de las pulgas.
El hasta tenía pulgas descendientes de las que educaron los soldados de Napoleón 1º. Es verdad que ahora los circos de pulgas habían decaído. Un domador amigo suyo, en los buenos tiempos hasta había alquilado blancos muslos, de damas pletóricas, de donde extraían las pulgas la roja sangre dejando el punto del martirio. Se permitía al público por cuantiosas monedas y al través de un vidrio, ver la comida de las pulgas sobre los vastísimos y suculentos muslos.
Ahora las pulgas en libertad, trabajando con fuerzas independientes, y algunas ya recriminándolo por haberlas sacado de su vida primitiva. El mundo que él había creado debía de ser infeliz, lleno de ambiciones y de odios, como si la carne fuera inmortal.
¡Ah sus pulgas! ah la señorita Esperanza, ¡ah mademoiselle Marie! antes tan sanas, de