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Oh, qué frío, qué frio me invadió! Qué tortura!
Tus ojos tristes, grandes, tenían mordedura
Cargada de silencios; amor, deseo, anhelo;
Pedían, encerraban, valian todo el cielo.


Y el alma tuvo una sensación de ser hueca,
El alma fué una hoja que al fuego se reseca
Y prendida a la comba de tus ojos azules
Voló como si fuera copo níveo de tules.


Voló mientras se hinchaban las arterias de mieles
Y a mis plantas florían capullos de claveles
Y buscando mis manos, temblorosa, insegura,
Poníame sus grillos de oro, la Dulzura.


Una dulzura mía, tan vaga y dolorosa
Que parece el quejido de una pálida rosa,
Que parece una guzla cuya cuerda se hiciera
De corazones muertos en plena primavera.


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