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todos al mismo término, evitando que una enseñanza viciosa por lo incompleta reuna combustibles, que puedan servir para la hoguera en que nos quemaria la barbarie. ¡Cuán lamentable es la historia de Santo Domingo! Cuán arriesgado el crear una universidad que llene de médicos y abogados un país en que las artes y la industria no bastan á mantenerlos! Pero dejemos esto para los que cuidan de nuestro porvenir, contentándonos con que las anteriores líneas llamen su atencion sobre un punto que interesa hasta lo sumo, y pasemos á ocuparnos del primero de nuestros jóvenes poetas.

Don Santiago Vidarte, casi niño todavía, ha merecido con justicia el título de primer poeta puerto-riqueño, y no tememos al darle este dictado incurrir en la nota de parciales, que supondria no muy sobrada instruccion, y mas que poca generosidad en los ingenios que pudieran disputárselo; reconocemos la altura á que llegan otros, y hubiéramos estudiado con mucho gusto sus producciones para dar sobre ellas con toda cordialidad nuestro humilde voto; pero por una parte la desconfianza natural al crítico novel, y por otra el temor harto fundado de que la espresion de nuestro pensamiento se interpretase como ínfulas de preceptista nos han desanimado, haciéndonos pasar ligera y superficialmente por la primera parte de esta escena. Además, todos los escritores de Puerto-rico viven por fortuna y son jóvenes; ¿quién sabe adonde llegarán con el tiempo y el estudio?