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XLIV — Juicios críticos.
BIBLIOGRAFÍA


El gusto por la lectura está formado y generalizado gratamente en todo el territorio de la República Argentina.

La escuela y la Biblioteca Popular están desparramadas hasta las mismas faldas de los Andees. En la Rioja, el lugar mas apartado y que se consideraba la provincia menos culta de la Confederación Argentina, se siente el movimiento expansivo de la civilización, sacudiendo á todos sus habitantes del marasmo intelectual que los dominaba, comunicándoles por medio del libro nueva vida y presentándoles rientes perspectivas.

El lector de la ciudad, no tiene naturalmente exijencias especiales y privilegiadas por determinados libros. Lee todo lo útil, todo lo bueno y malo que nos envian las prensas europeas, y todo lo que arrojan á la publicidad las casas editoras que tenemos.

Pero, conseguir que el habitante de las campañas lea sin fastidiarse, lea con provecho y queden en su imaginación impresiones nobles y permanentes, es algo mas sério de lo que á primera vista parece. En el espíritu del labriego es menester que el libro ó la anécdota moral dejen huellas; es nesesario que la enseñanza que su rústica inteligencia adquiere, no se pierda ni se extinga, combatidas por las costumbres incultas y las faenas rudas del campesino.

¿Cómo, pues, conseguir pasto intelectual aparente y fructuoso para el gaucho de nuestras llanuras? Ni el señor Sarmiento que estudiaba interesadamente el problema, pudo descubrir la incógnita de di, escurenciéndola mas bien con las reducciones inconvenientes que aconsejaba.

No tiene punto alguno de contacto el saguatter de las selvas norte-americanas, con el semi-salvaje gaucho del desierto. Son dos naturalezas totalmente distintas, sin afinidades que las aproximen, pues las obras de Dickens que recrean al labrador americano, prepararían la siesta de los que viven en el rancho.

En el campamento del ejército que luchaba por la causa hermosa de la civilización cisalpina, tiene origen una escuela literaria que de tarde en tarde hace prosélitos entre nosotros.

Aniceto el Gallo es también un tipo á lo Byron, á lo Quintana, á lo Bello, etc. Es gefe de escuela, autor de una literatura destinada á quitarle al desierto y á la ignorancia, sus mas preciosas preseas.

Coetáneo con el insigne Figueroa, iniciaron en buena hora un género de publicación, que era como la primer semilla arrojada en terrenos feraces y propicios para cosechas compensadoras.

El ejemplo que ellos daban, encontró, como dijimos ya, de cuando en cuando imitadores.

El estilo gaucho poético despertaba en la imaginación precoz de nuestros poetas, deseos loables de seguir la estela de Aniceto, pero no lo conseguían siempre, porque no se penetraban íntimamente de la perfecta originalidad que distingue al gefe, y se iban á estrellar, sin quererlo, en el género que cultivaba Moore ó en las canciones inimitables de Beranger.

Por mucho tiempo pues, el cetro lo ha tenido Ascasubi, aunque Anastasio el Pollo hubiera hecho conatos para arrancárselo.

Hoy se ha retirado Ascasubi de la arena en que se lanzó ardoroso y espléndido; se refugia en el hogar con la misma grandeza y majestad con que se asilaban en los Inválidos, los restos que quedaban de los heróicos tercios del viejo Imperio.

Pero así como á esa generación homérica del valor y el patriotismo francés, le sucedió otra nueva digna de recojer la herencia; así ha encontrado Ascasubi con el autor de Martin Fierro, un sucesor que, hará mas todavía que conservarla intacta, que la enriquecerá, pues tiene dotes privilegiados para conseguirlo.

En todas las librerías de esta ciudad está modestamente hospedado un folleto de bumile apariencia, pero que ejercerá en los palacios de las capitales, en los ranchos de la campaña ó en los toldos del desierto, la influencia bienhechora y