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como ellos son cebo á su vez, acuden sobre su rastro el puma, el gato montés elegante y pintoresco, el aguará en piel de lobo; cuando no el jaguar, que á todos ahuyenta con su sanguinaria tiranía.

Bandadas de loros policromos y estridentes, se abaten sobre algún naranjo extraviado entre la inculta arboleda; soberbios colibríes zumban sobre los azahares, que á porfía compiten con los frutos maduros; jilgueros y cardenales, cantan por allá cerca; algún tucán precipita su oblicuo vuelo, alto el pico enorme en que resplandece el anaranjado más bello; el negro yacutoro muge, inflando su garganta que adorna roja guirindola; y en la espesura amada de las tórtolas, lanza el pájaro-campana su sonoro tañido.

Haya en las cercanías un arroyo, y no faltarán los capivaras, las nutrias, el tapir que al menor amago se dispara como una bala de cañón por entre los matorrales, hasta azotarse en la onda salvadora; el venado, nadador esbelto. Cloqueará con carcajada metálica, la chuña anunciadora de tormentas; silbarán en los descampados las perdices, y más de un yacaré soñoliento y glotón,

sentará sus reales en el próximo estero.