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aquella blandura recelaba la inconstancia, considerablemente favorecida por el hábito andariego.

Hijo de esa selva, tan rica que, según Reclus, sus productos bastarían para alimentar á toda la humanidad, era el hombre tropical por excelencia, es decir indolente é imprevisor en su fácil bienestar. Su tipo común acentuaba su unidad de origen; y aquel bosque, en cuya uniformidad ha visto el autor antecitado, la sugestión de una inmensa fraternidad futura para los pueblos de la América meridional, había impreso á su dócil constitución de primitivo, que no tenía ni reacciones atávicas, ni tradiciones, ni fuerza social con qué resistir, la morbidez de su perenne verdura.

Se ha hablado mucho de su canibalismo, para pintarlo feroz; pero es menester observar quiénes y cómo hablaron.

No hay desde luego un solo testimonio de que se los viera comer carne humana. El más próximo á esto, es el de los compañeros de Solís que «creyeron ver» en la confusión de la retirada.

Los primeros conquistadores y los misioneros, propalaron sobre todo la especie; pero unos y otros se hallaban harto interesados en glorificar