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de las cuarenta y cuatro que lo ilustraban, á la 96; habiéndolos preferido, por tratarse de la obra tipográfica más considerable que produjeron las imprentas de las reducciones en su corto funcionamiento. Éste apenas alcanzó, en efecto, á veintidós años (de 1705 á 1727) sin que se sepa á ciencia cierta por qué fueron suspendidas las publicaciones. Poco dado á las novedades sin objeto, he preferido una modesta reproducción de aquellos trabajos, con tal que ella presente al lector el mejor ejemplar posible.

    timación su noticia, la cual es tan corta en este mundo, que no sale fuera de él á considerar lo celestial y eterno para que fuimos criados. Pero no es maravilla que estando las cosas eternas tan apartadas del sentido, las conozcamos tan poco, pues aun las temporales que vemos y tocamos, las ignoramos mucho. ¿Cómo podemos comprender las cosas del otro mundo, pues las de éste en que estamos no las conocemos? A esto puede llegar la ignorancia humana, que aun no conoce aquello que piensa que más sabe. Las riquezas, las comodidades, las honras, y todos los bienes de la tierra, que tanto manejan y codician los mortales, por eso las codician, porque no las conocen. Razón tuvo San Pedro cuando enseñó á San Clemente Romano, que el mundo era una casa tan llena de humo, en la cual nada se puede ver; porque así como el que estuviese en semejante casa, ni vería lo que estaba fuera de ella, ni lo que estaba adentro, porque el humo estorbaría la vista clara de todo; de la misma manera sucede que los que