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La Península recibió de su mano el más saludable sacudimiento que hubiera experimentado desde la reconquista contra el moro. Una administración excelente, que era quizá la especialidad de aquel monarca, se substituyó al consuetudinario desbarajuste fiscal. La Corona fundó en todo el reino, relacionándolas con la producción regional, fábricas de paños, de tejidos en seda y algodón, de acero, vidrio, porcelanas, etc. Dotó escuelas industriales; creó el Banco de San Carlos con el fin de reanimar el crédito; protegió al comercio, regularizando la detestable vialidad peninsular, estableciendo el servicio postal, abriendo puertos, garantiendo la seguridad pública; y en cuanto á las posesiones ultramarinas, éstas que son hoy naciones independientes, y con mayor razón la nuestra, le deben la abolición del privilegio comercial de Cádiz, el establecimiento de la primera línea regular de paquebotes que servían á Cuba y al Plata, y la descentralización política que al erigirnos en virreinato preparó el camino á la Independencia.

El ideal teocrático, basado en la abolición del individualismo que la riqueza pública desarrolla