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La Inquisición hizo la vista gorda ante aquellas impertinencias, que denunciaban, por otra parte, un daño real. Toleró la avaricia y la incontinencia del clero, sin duda porque no encontraba en ellas un peligro para la integridad de la Iglesia; pero el cuento picaresco jamás se metió con el dogma. El respeto hacia éste fué siempre grande. Era la letra, es decir la forma intangible, que el Santo Tribunal cuidaba con celo atroz. Poco importaba que las virtudes desalojaran la construcción teológica. La religión se dejaba llevar también por el extravío de las ideas dominantes. Su programa de estabilidad eterna, se satisfacía con la permanencia del edificio.

Esta materialidad pervirtió su fervor primitivo, limitando sus persecuciones al hereje rico. Su desdén por los gitanos, introductores de brujerías tan peligrosas como los naipes, que fueron primitivamente libros de suertes, es una prueba. El gitano era pobre, no presentaba aliciente á la confiscación; resultando de esta tolerancia, que el elemento asiático cuya productividad estaba demostrada por el trabajo, fué expulsado; mientras el vagabundo de baja ralea, quedó influyendo sobre