llevado, y el aposento y todo; y así fué hecho con mucha presteza. De allí á dos días se levantó don Quijote, y lo primero que hizo fué ir á ver sus libros; y como no hallaba el aposento donde le había dejado, andaba de una en otra parte buscándole. Llegaba adonde solía tener la puerta, y tentábala con las manos, y volvía y revolvía los ojos por todo, sin decir palabra; pero al cabo de una buena pieza preguntó á su ama que hacia qué parte estaba el aposento de sus libros.
El ama, que ya estaba bien advertida de lo que había de responder, le dijo:
—¿Qué aposento ó qué nada busca vuestra merced? Ya no hay aposento ni libros en esta casa, porque todo se lo llevó el mesmo diablo.
—No era diablo, replicó la sobrina, sino un encantador, que vino sobre una nube una noche, después del día que vuestra merced de aquí se partió; y apeándose de una sierpe, en que venía caballero, entró en el aposento, y no sé lo que hizo dentro, que á cabo de poca pieza salió volando por el tejado, y dejó la casa llena de humo; y cuando acudimos á mirar lo que dejaba hecho, no vimos libro ni aposento alguno; sólo se nos acuerda muy bien á mí y al ama que, al tiempo del partirse aquel mal viejo, dijo en altas voces que, por enemistad secreta que tenía al dueño de aquellos libros y aposento, dejaba hecho el daño en aquella casa que después se vería; dijo también que se llamaba el sabio Muñatón.
—Fristón, diría, dijo don Quijote.
—No sé, respondió el ama, si se llamaba Fristón ó Fritón; sólo sé que acabó en ton su nombre.
—Así es, dijo don Quijote; que ese es un sabio encantador, grande enemigo mío, que me tiene ojeriza porque sabe, por sus artes y letras, que tengo de venir, andando los tiempos, á pelear en singular batalla con un caballero á quien él favorece, y le tengo de vencer, sin que él lo pueda estorbar; y por esto procura hacerme todos los sinsabores que puede; y mándole yo que mal podrá él contradecir ni evitar lo que por el cielo está ordenado.