—Calla, amigo Sancho, respondió don Quijote; que las cosas de la guerra más que otras están sujetas á continua mudanza; cuanto más que yo pienso, y es así verdad, que aquel sabio Fristón, que me robó el aposento y los libros, ha vuelto estos gigantes en molinos por quitarme la gloria de su vencimiento: tal es la enemistad que me tiene; mas al cabo al cabo han de poder poco sus malas artes contra la bondad de mi espada.
—¡Dios lo haga, como puede! respondió Sancho Panza.
Y ayudándole á levantar, tornó á subir sobre Rocinante, que medio despaldado estaba. Y hablando en la pasada aventura, siguieron el camino del Puerto Lápice, porque allí, decía don Quijote, que no era posible dejar de hallarse muchas y diversas aventuras, por ser lugar muy pasajero; sino que iba muy pesaroso por haberle faltado la lanza, y diciéndoselo á su escudero le dijo:
—Yo me acuerdo haber leído que un caballero español, llamado Diego Pérez de Vargas, habiéndosele en una batalla roto la espada, desgajó de una encina un pesado ramo ó brancón, y él hizo tales cosas aquél día, y machacó tantos moros, que le quedó por sobrenombre Machuca, y así él como sus descendientes se llamaron desde aquel día en adelante Vargas y Machuca. Hete dicho esto, porque de la primera encina ó roble que se me depare, pienso desgajar otro brancón tal y tan bueno como aquél; que me imagino y pienso hacer con él tales hazañas, que tú te tengas por bien afortunado de haber merecido venir á verlas y á ser testigo de cosas que apenas podrán ser creídas.
—A la mano de Dios, dijo Sancho: yo lo creo todo así como vuestra merced lo dice; pero enderécese un poco, que parece que va de medio lado, y debe de ser del molimiento de la caída.
—Así es verdad, respondió don Quijote; y si no me quejo del dolor, es porque no es dado á los caballeros andantes quejarse de herida alguna, aunque se les salgan las tripas por ella.
—Si eso es así, no tengo yo qué replicar, respondió Sancho; pero sabe Dios si yo me holgara que vuestra merced se quejara cuando