los brazos, y la mula, espantada del terrible golpe, dió á correr por el campo, y á pocos corcovos dió con su dueño en tierra.
Estábaselo con mucho sosiego mirando don Quijote; y como le vió caer, saltó de su caballo, y con mucha ligereza se llegó á él, y poniéndole la punta de la espada en los ojos, le dijo que se rindiese, si no, que le cortaría la cabeza. Estaba el vizcaíno tan turbado, que no podía responder palabra; y él lo pasara mal, según estaba ciego don Quijote, si las señoras del coche, que hasta entonces con gran desmayo habían mirado la pendencia, no fueran adonde estaba, y le pidieran con mucho encarecimiento les hiciese tan gran merced y favor de perdonar la vida á aquel su escudero; á lo cual don Quijote respondió con mucho entono y gravedad:
—Por cierto, fermosas señoras, yo soy muy contento de hacer lo que me pedís; mas ha de ser con una condición y concierto, y es que este caballero me ha de prometer de ir al lugar del Toboso, y presentarse de mi parte ante la sin par doña Dulcinea, para que ella haga dél lo que más fuere de su voluntad.
Las temerosas y desconsoladas señoras, sin entrar en cuenta de lo que don Quijote pedía, y sin preguntar quién Dulcinea fuese, le prometieron que el escudero haría todo aquello que de su parte le fuese mandado.
—Pues en fe de esa palabra, yo no le haré más daño, puesto que se lo tenía bien merecido.