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DON QUIJOTE DE LA MANCHA

como las que tú ahora me ofreces; así que, Sancho amigo, no te congoje lo que me da gusto, ni quieras tú hacer mundo nuevo, ni sacar la caballería andante de sus quicios.

—Perdóneme vuestra merced, dijo Sancho; que, como yo no sé leer ni escribir, como otra vez he dicho, no sé ni he caído en las reglas de la profesión caballeresca; y de aquí adelante yo proveeré las alforjas de todo género de fruta seca para vuestra merced, que es caballero, y para mí las proveeré, pues no lo soy, de otras cosas volátiles y de más sustancia.

—No digo yo, Sancho, replicó don Quijote, que sea forzoso á los caballeros andantes no comer otra cosa sino esas frutas que dices, sino que su más ordinario sustento debía de ser dellas, y de algunas yerbas que hallaban por los campos, que ellos conocían y yo también conozco.

—Virtud es, respondió Sancho, conocer esas yerbas; que, según yo me voy imaginando, algún día será menester usar dése conocimiento.

Y sacando en esto lo que dijo que traía, comieron los dos en buena paz y compaña. Pero, deseosos de buscar adonde alojar aquella noche, acabaron con mucha brevedad su pobre y seca comida; subieron luego á caballo, y diéronse priesa por llegar á poblado antes que anocheciese; pero faltóles el sol, y la esperanza de alcanzar lo que deseaban, junto á unas chozas de unos cabreros, y así, determinaron pasar la noche allí; que, cuando fué de pesadumbre para Sancho no llegar á poblado, fué de contento para su amo dormirla al cielo descubierto, por parecerle que cada vez que esto le sucedía era hacer un acto posesivo, que facilitaba la prueba de su caballería.