Oyendo lo cual, mi amigo, dándose una palmada en la frente y disparando con una carga de risa, me dijo:
—Por Dios, hermano, que ahora me acabo de desengañar de un engaño en que he estado todo el mucho tiempo que há que os conozco, en el cual siempre os he tenido por discreto y prudente en todas vuestras acciones; pero ahora veo que estáis tan lejos de serlo, como lo está el cielo de la tierra.
»¡Cómo! ¿que es posible que cosas de tan poco momento y tan fáciles de remediar, puedan tener fuerzas de suspender y absortar un ingenio tan maduro como el vuestro, y tan hecho á romper y atropellar por otras dificultades mayores? A la fe, esto no nace de falta de habilidad, sino de sobra de pereza y penuria de discurso. ¿Queréis ver si es verdad lo que digo? Pues estadme atento, y veréis cómo en un abrir y cerrar de ojos confundo todas vuestras dificultades, y remedio todas las faltas que decís que os suspenden y acobardan, para dejar de sacar á la luz del mundo la historia de vuestro famoso Don Quijote, luz y espejo de la caballería andante.»
—Decid, le repliqué yo, oyendo lo que me decía: ¿de qué modo pensáis llenar el vacío de mi temor, y reducir á claridad el caos de mi confusión?
A lo cual él dijo:
—Lo primero en que reparáis, de los sonetos, epigramas ó elogios que os faltan para el principio, y que sean de personajes graves y de título, se puede remediar en que vos mesmo toméis algún trabajo en hacerlos, y después los podéis bautizar y poner el nombre que quisiéredes, ahijándolos al Preste Juan de las Indias ó al Emperador de Trapisonda, de quien yo sé que hay noticia que fueron famosos poetas; y cuando no lo hayan sido, y hubiere algunos pedantes y bachilleres que por detrás os muerdan, y murmuren desta verdad, no se os dé dos maravedís, porque ya que os averigüen la mentira, no os han de cortar la mano con que lo escribistes.
»En lo de citar en las márgenes los libros y autores de donde sacá-