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DON QUIJOTE DE LA MANCHA

cuando, llamándose Beltenebros, se alojó en la Peña Pobre, no sé si ocho años ó ocho meses, que no estoy muy bien de la cuenta; basta que él estuvo allí haciendo penitencia por no sé qué sinsabor que le hizo la señora Oriana. Pero dejemos ya esto, Sancho, y acaba, antes que suceda otra desgracia al jumento como á Rocinante.

—Aun ahí sería el diablo, dijo Sancho; y despidiendo treinta ayes y sesenta suspiros y ciento y veinte pésetes y reniegos de quien allí le había traído, se levantó, quedándose agobiado en la mitad del camino, como arco turquesco, sin poder acabar de enderezarse; y con todo este trabajo aparejó su asno, que también había andado algo distraído con la demasiada libertad de aquel día; levantó luego á Rocinante, el cual, si tuviera lengua con que quejarse, a buen seguro que Sancho ni su amo no le fueran en zaga. En resolución, Sancho acomodó á don Quijote sobre el asno y puso de reata á Rocinante, y llevando al asno del cabestro, se encaminó, poco más ó menos, hacia donde le pareció que podía estar en camino real; y la suerte, que sus cosas de bien en mejor iba guiando, aun no hubo andado una pequeña legua, cuando le deparó el camino, en el cual descubrió una venta que, á pesar suyo y gusto de don Quijote, había de ser castillo. Porfiaba Sancho que era venta, y su amo que no, sino castillo; y tanto duró la porfía, que tuvieron lugar, sin acabarla, de llegar á ella, en la cual Sancho se entró, sin más averiguación, con toda su recua.