Ir al contenido

Página:El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha (1905, vol 1).djvu/226

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
130
DON QUIJOTE DE LA MANCHA

—Yo creo, Sancho, que todo este mal te viene de no ser armado caballero, porque tengo para mí que este licor no debe de aprovechar á los que no lo son.

—Si eso sabía vuestra merced, replicó Sancho, ¡mal haya yo y toda mi parentela! ¿para qué consintió que lo gustase?

En esto hizo su operación el brebaje, y comenzó el pobre escudero á desaguarse por entrambas canales con tanta priesa, que la estera de enea sobre quien se había vuelto á echar, ni la manta de anjeo con que se cubría, fueron más de provecho: sudaba y trasudaba con tales parasismos y accidentes, que, no solamente él, sino todos pensaron que se le acababa la vida. Duróle esta borrasca y malandanza casi dos horas, al cabo de las cuales no quedó como su amo, sino tan molido y quebrantado, que no se podía tener; pero don Quijote, que, como se ha dicho, se sintió aliviado y sano, quiso partirse luego á buscar aventuras, pareciéndole que todo el tiempo que allí se tardaba era quitársele al mundo y á los en él menesterosos de su favor y amparo, y más con la seguridad y confianza que llevaba en su bálsamo; y así, forzado deste deseo, él mismo ensilló á Rocinante y enalbardó al jumento de su escudero, a quien también ayudó á vestir y á subir en el asno; púsose luego á caballo, y llegándose á un rincón de la venta, asió de un lanzón, que allí estaba, para que le sirviese de lanza.

Estábanle mirando todos cuantos había en la venta, que pasaban de veinte personas; mirábale también la hija del ventero, y él también no quitaba los ojos della, y de cuando en cuando arrojaba un suspiro, que parecía que lo arrancaba de lo profundo de sus entrañas; y todos pensaban que debía de ser del dolor que sentía en las costillas; á lo menos pensábanlo aquellos que la noche antes le habían visto bizmar.

Ya que estuvieron los dos á caballo, puesto á la puerta de la venta, llamó al ventero, y con voz muy reposada y grave le dijo:

—Muchas y muy grandes son las mercedes, señor alcaide, que en este vuestro castillo he recibido, y quedo obligadísimo á agradecéroslas todos los días de mi vida; si os las puedo pagar en haceros vengado de