Si no eres par, tampoco le has tenido;
que par pudieras ser entre mil pares,
ni puede haberle donde tú te hallares,
invicto vencedor, jamás vencido.
Orlando soy, Quijote, que, perdido
por Angélica, vi remotos mares,
ofreciendo á la fama en sus altares
aquel valor que respetó el olvido.
No puedo ser tu igual; que este decoro
se debe á tus proezas y á tu fama,
puesto que, como yo, perdiste el seso.
Mas serlo has mío, si al soberbio moro
y cita fiero domas; que hoy nos llama
iguales en amor con mal suceso.
A vuestra espada no igualó la mía,
Febo español, curioso cortesano,
ni á tanta gloria de valor mi mano,
que rayo fué do nace y muere el día.
Imperios desprecié; la monarquía
que me ofreció el Oriente rojo en vano,
dejé, por ver el rostro soberano
de Claridiana, aurora hermosa mía.
Améla por milagro único y raro;
y ausente en su desgracia, el propio infierno
temió mi brazo, que domó su rabia.
Mas vos, godo Quijote, ilustre y claro,
por Dulcinea sois al mundo eterno,
y ella por vos famosa, honesta y sabia.
Magüer, señor Quijote, que sandeces
vos tengan el cerbelo derrumbado,
nunca seréis de alguno reprochado
por home de obras viles y soeces.
Serán vuesas fazañas los joeces,
pues tuertos desfaciendo habéis andado,
siendo vegadas mil apaleado
por follones cautivos y raheces.