han fecho algún desaguisado, y conviene y es menester que yo lo sepa, ó bien para castigaros del mal que fecistes, ó bien para vengaros del tuerto que vos ficieron.
—Vamos de prisa, respondió uno de los encamisados, y está la venta lejos, y no nos podemos detener á dar tanta cuenta como pedís.
Y picando la mula, pasó adelante.
Sintióse desta respuesta grandemente don Quijote, y trabando del freno á la caballería, dijo al que iba en ella:
—Deteneos, y sed más bien criado, y dadme cuenta de lo que os he preguntado; si no, conmigo sois todos en batalla.
Era la mula asombradiza; y al tomarla del freno, se espantó de manera, que alzándose en los pies, dió con su dueño y consigo en suelo. Un mozo, que iba á pie, viendo caer el encamisado, comenzo á denostar á don Quijote, el cual, ya encolerizado, sin esperar más, enristrando su lanzón, arremetió al mozo enlutado y mal sufrido, y dió con él en tierra; y revolviéndose por los demás, era cosa de ver con la presteza que los acometía y desbarataba; que no parecía sino que en aquel instante le habian nacido alas á Rocinante, según andaba de ligero y orgulloso. Todos los encamisados eran gente medrosa y sin armas, y así con facilidad, en un momento dejaron la refriega y comenzaron á correr por aquel campo con las hachas encendidas, que no parecían sino á los de las máscaras, que en noche de regocijo y fiesta corren. Los enlutados asimismo, revueltos y envueltos en sus faldamentos y lobas, no se podían mover; así que, muy á su salvo, don Quijote los apaleó á todos, y les hizo dejar el sitio mal de su grado, porque todos pensaron que aquel no era hombre, sino diablo del infierno, que les salía á quitar el cuerpo muerto que en la litera llevaban.
Todo lo miraba Sancho, admirado del ardimiento de su señor, y decía entre si: «Sin duda este mi amo es tan valiente y esforzado como él dice.»
Estaba una hacha ardiendo en el suelo junto al primero que derribó la mula, á cuya luz le pudo ver don Quijote; y llegándose á él, le puso la