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DON QUIJOTE DE LA MANCHA

él, sí; y así, el barbero del mayor servía al menor, en el cual tuvo necesidad un enfermo de sangrarse, y otro de hacerse la barba, para lo cual venía el barbero, y traía una bacía de azófar; y quiso la suerte que al tiempo que venía comenzó á llover; y porque no se le manchase el sombrero, que debía de ser nuevo, se puso la bacía sobre la cabeza; y como estaba limpia, desde media legua relumbraba. Venía sobre un asno pardo, como Sancho dijo, y esta fué la ocasión que á don Quijote le pareció caballo rucio, rodado, y caballero, y yelmo de oro; que todas las cosas que veía, con mucha facilidad las acomodaba á sus desvariadas caballerías y malandantes pensamientos y cuando él vió que el pobre barbero llegaba cerca, sin ponerse con él en razones, á todo correr de Rocinante le enristró con el lanzón bajo, llevando intención de pasarle de parte á parte; mas cuando á él llegaba, sin detener la furia de su carrera, le dijo:

—Defiéndete, cautiva criatura, ó entrégame de tu voluntad lo que con tanta razón se me debe.

El barbero, que tan sin pensarlo ni temerlo vió venir aquella fantasma sobre sí, no tuvo otro remedio, para poder guardarse del golpe de la lanza, sino fué el dejarse caer del asno abajo; y no hubo tocado al suelo, cuando se levantó más ligero que un gamo, y comenzó á correr por aquel llano, que no le alcanzara el viento.

Dejóse la bacía en el suelo, con la cual se contentó don Quijote, y dijo que el pagano había andado discreto, y que había imitado al castor, el cual, viéndose acosado de los cazadores, se taraza y corta con los dientes aquello por lo que él, por distinto natural, sabe que es perseguido.

Mandó á Sancho que alzase el yelmo; el cual, tomándole en las manos, dijo:

—Por Dios, que la bacía es buena, y que vale un real de á ocho, como un maravedí; y dándosela á su amo, se la puso luego en la cabeza, rodeándola á una parte y á otra, buscándole el encaje; y como no se le hallaba, dijo: