baja, y van subiendo de grado en grado hasta llegar á ser grandes señores; de manera, que está la diferencia en que unos fueron que ya no son, y otros que son que ya no fueron; y podría ser yo destos, que, después de averiguado, hubiese sido mi principio grande y famoso, con lo cual se debía de contentar el rey mi suegro que hubiere de ser; y cuando no, la infanta me ha de querer de manera, que á pesar de su padre, aunque claramente sepa que soy hijo de un azacán, me ha de admitir por señor y por esposo; y si no, aquí entra el roballa y llevarla donde más gusto me diere; que el tiempo ó la muerte ha de acabar el enojo de sus padres.
—Ahí entra bien también, dijo Sancho, lo que algunos desalmados dicen: No pidas de grado lo que puedes tomar por fuerza; aunque mejor cuadra decir: Más vale salto de mata, que ruego de hombres buenos. Dígolo porque si el señor rey, suegro de vuestra merced, no se quisiere domeñar á entregarle á mi señora la infanta, no hay sino, como vuestra merced dice, roballa y trasponella. Pero está el daño que en tanto que se hagan las paces, y se goce pacíficamente del reino, el pobre escudero se podrá estar á diente en esto de las mercedes, si ya no es que la doncella tercera, que ha de ser su mujer, se sale con la infanta, y él pasa con ella su mala ventura hasta que el cielo ordene otra cosa; porque bien podrá, creo yo, desde luego dársela su señor por legítima esposa.
—Eso no hay quien lo quite, dijo don Quijote.
—Pues como eso sea, respondió Sancho, no hay sino encomendarnos á Dios y dejar correr la suerte por donde mejor lo encaminare.
—Hágalo Dios, respondió don Quijote, como yo deseo, y tú, Sancho, has menester; y ruin sea quien por ruin se tiene.
—Sea por Dios, dijo Sancho; que yo cristiano viejo soy, y para ser conde, esto me basta.
—Y aun te sobra, dijo don Quijote; y cuando no lo fueras, no hacía nada al caso; porque, siendo yo el rey, bien te puedo dar nobleza,