Página:El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha (1905, vol 1).djvu/315

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
197
DON QUIJOTE DE LA MANCHA

cargados de esa cadena que quité de vuestros cuellos, luego os pongáis en camino y vais á la ciudad del Toboso, y allí os presentéis ante la señora Dulcinea del Toboso, y le digáis que su caballero el de la Triste Figura se le envía á encomendar, y le contéis punto por punto todos los que ha tenido esta famosa aventura hasta poneros en la deseada libertad; y hecho esto, os podréis ir donde quisiéredes á la buena ventura.

Respondió por todos Ginés de Pasamonte, y dijo:

—Lo que vuestra merced nos manda, señor y libertador nuestro, es imposible de toda imposibilidad cumplirlo, porque no podemos ir juntos por los caminos, sino solos y divididos y cada uno por su parte procurando meterse en las entrañas de la tierra, por no ser hallado de la Santa Hermandad, que sin duda alguna ha de salir en nuestra busca. Lo que vuestra merced puede hacer, y es justo que haga, es mudar ese servicio y montazgo de la señora Dulcinea del Toboso en alguna cantidad de avemarias y credos, que nosotros diremos por la intención de vuestra merced; y esta es cosa que se podrá cumplir de noche y de día, huyendo ó reposando, en paz ó en guerra; pero pensar que hemos de volver ahora á las ollas de Egipto, digo á tomar nuestra cadena, y á ponernos en camino del Toboso, es pensar que es ahora de noche, que aun no son las diez del día, y es pedir á nosotros eso como pedir peras al olmo.

—Pues ¡voto á tal! dijo don Quijote (ya puesto en cólera), don hijo de la puta, don Ginesillo de Parapillo, ó como os llamáis, que habéis de ir vos solo rabo entre piernas, con toda la cadena á cuestas.

Pasamonte, que no era nada bien sufrido (estando ya enterado que don Quijote no era muy cuerdo, pues tal disparate había cometido, como el de querer darles libertad), viéndose tratar de aquella manera, hizo del ojo á los compañeros; y apartándose aparte, comenzaron á llover tantas piedras sobre don Quijote, que no se daba manos á cubrirse con el adarga, y el pobre de Rocinante no hacía más caso de la espuela que si fuera hecho de bronce. Sancho se puso tras su asno,

Tomo I.—50