conquistar la entereza de la labradora, á darle palabra de ser su esposo; porque de otra manera era procurar lo imposible. Yo, obligado de su amistad, con las mejores razones que supe y con los más vivos ejemplos que pude, procuré estorbarle y apartarle de tal propósito; pero viendo que no aprovechaba, determiné decirle el caso al duque Ricardo, su padre; mas don Fernando, como astuto y discreto, se receló y temió desto, por parecerle que estaba yo obligado, en ley de buen criado, á no tener encubierta cosa que tan en perjuicio de la honra de mi señor el duque venía; y así, por divertirme y engañarme me dijo, que no hallaba otro mejor remedio para poder apartar de la memoria la hermosura que tan sujeto le tenía, que el ausentarse por algunos meses, y que quería que el ausencia fuese que los dos nos viniésemos en casa de mi padre, con ocasión, que daría al duque, de que venía á ver y á feriar unos muy buenos caballos que en mi ciudad había, que es madre de los mejores del mundo.
»Apenas le oí yo decir esto, cuando, movido de mi afición... aunque su determinación no fuera tan buena, la aprobara yo por una de las más acertadas que se podían imaginar, por ver cuán buena ocasión y coyuntura se me ofrecía de volver á ver á mi Luscinda. Con este pensamiento y deseo aprobé su parecer y esforcé su propósito, diciéndole que lo pusiese por obra con la brevedad posible, porque, en efeto, la ausensia hacía su oficio, á pesar de los más firmes pensamientos; y cuando él me vino á decir esto, según después se supo, había gozado á la labradora con título de esposo, y esperaba ocasión de descubrirse á su salvo, temeroso de lo que el duque, su padre, haría cuando supiese su disparate. Sucedió, pues, que como el amor en los mozos por la mayor parte no lo es, sino apetito, el cual, como tiene por último fin el deleite, en llegando á alcanzarle se acaba, y ha de volver atrás aquello que parecía amor, porque no puede pasar adelante del término que le puso naturaleza, el cual término no le puso á lo que es verdadero amor... quiero decir que, así como don Fernando gozó á la labradora, se le aplacaron sus deseos y se resfriaron sus ahíncos; y si primero