—Eso digo yo, dijo Sancho; que no había para qué hacer cuenta de las palabras de un loco; porque si la buena suerte no ayudara á vuestra merced, y encaminara el guijarro á la cabeza, como le encaminó al pecho, ¡buenos quedáramos por haber vuelto por aquella mi señora, que Dios cohonda! ¡Pues montas que no se librara Cardenio por loco!
—Contra cuerdos y contra locos está obligado cualquier caballero andante á volver por la honra de las mujeres, cualesquiera que sean; cuanto más por las reinas de tan alta guisa y pro como fué la reina Madásima, á quien yo tengo particular afición por sus buenas partes; porque, fuera de haber sido fermosa, además fué muy prudente y muy sufrida en sus calamidades (que las tuvo muchas); y los consejos y compañía del maestro Elisabad le fué y le fueron de mucho provecho y alivio para poder llevar sus trabajos con prudencia y paciencia; y de aquí tomó ocasión el vulgo ignorante y mal intencionado de decir y pensar que ella era su manceba, y mienten, digo otra vez, y mentirán otras doscientas, todos los que tal pensaren y dijeren.
—Ni yo lo digo ni lo pienso, respondió Sancho; allá se lo hayan; con su pan se lo coman: si fueron amancebados ó no, á Dios habrán dado la cuenta; de mis viñas vengo, no sé nada: no soy amigo de saber vidas ajenas; que el que compra y miente, en su bolsa lo siente: cuanto más, que desnudo nací, desnudo me hallo, ni pierdo ni gano. Mas que lo fuesen, ¿qué me va á mí? Y muchos piensan que hay tocinos, y no hay estacas. Mas ¿quién puede poner puertas al campo? Cuanto más, que de Dios dijeron.
—¡Válame Dios, dijo don Quijote, y qué de necedades vas, Sancho, ensartando! ¿Qué va de lo que tratamos á los refranes que enhilas? Por tu vida, Sancho, que calles; y de aquí adelante entremétete en espolear á tu asno, y deja de hacello en lo que no te importa; y entiende con todos tus cinco sentidos que todo cuanto yo he hecho, hago é hiciere, va muy puesto en razón y muy conforme á las reglas de caballería; que las sé mejor que cuantos caballeros las profesaron en el mundo.