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DON QUIJOTE DE LA MANCHA

respuesta la sentencia de mi muerte ó la confirmación de mi vida. ¡Oh! quién se atreviera á salir entonces, diciendo á voces: «¡Ah Luscinda, Luscinda! mira lo que haces, considera lo que me debes, mira que eres mía y que no puedes ser de otro. Advierte que el decir tú , y el acabárseme la vida, ha de ser todo á un punto. ¡Ah traidor don Fernando, robador de mi gloria, muerte de mi vida! ¿Qué quieres? ¿qué pretendes? Considera que no puedes cristianamente llegar al fin de tus deseos, porque Luscinda es mi esposa, y vo soy su marido.» ¡Ah loco de mí! Ahora, que estoy ausente y lejos del peligro, digo que había de hacer lo que no hice; ahora, que dejé robar mi cara prenda, maldigo al robador, de quien pudiera vengarme, si tuviera corazón para ello, como le tengo para quejarme; en fin, pues fui entonces cobarde y necio, no es mucho que muera ahora corrido, arrepentido y loco.

»Estaba esperando el cura la respuesta de Luscinda, que se detuvo un buen espacio en darla; y cuando yo pensé que sacaba la daga para acreditarse, ó desataba la lengua para decir alguna verdad ó desengaño que en mi provecho redundase, oigo que dijo con voz desmayada y flaca: Sí quiero; y lo mesmo dijo don Fernando, y dándole el anillo, quedaron en indisoluble nudo ligados. Llegó el desposado á abrazar á su esposa; y ella, poniéndose la mano sobre el corazón, cayó desmayada en los brazos de su madre. Resta ahora decir cuál quedé yo, viendo en el que había oído burladas mis esperanzas, falsas las palabras y promesas de Luscinda, imposibilitado de cobrar en algún tiempo el bien que en aquel instante había perdido: quedé falto de consejo, desamparado, á mi parecer, de todo el cielo, hecho enemigo de la tierra que me sustentaba, negándome el aire aliento para mis suspiros, y el agua humor para mis ojos; sólo el fuego se acrecentó de manera, que todo ardía de rabia y de celos. Alborotáronse todos con el desmayo de Luscinda, y desabrochándole su madre el pecho para que le diese el aire, se descubrió en él un papel cerrado, que don Fernando tomó luego y se le puso á leer á la luz de una de las hachas; y en acabando de leerle, se sentó en una silla, y se puso la mano en la mejilla con mués-