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DON QUIJOTE DE LA MANCHA

Acabóse de lavar los hermosos pies, y luego, con un paño de tocar, que sacó de bajo de la montera, se los limpió; v al querer quitársele, alzó el rostro, y tuvieron lugar los que mirándole estaban de ver una hermosura incomparable, tal, que Cardenio dijo al cura con voz baja:

—Esta, ya que no es Luscinda, no es persona humana, sino divina.

El mozo se quitó la montera, y sacudiendo la cabeza á una y á otra parte, se comenzaron á descoger y desparcir unos cabellos que pudieran los del sol tenerles envidia: con esto conocieron que el que parecía labrador era mujer, y delicada, y aun la más hermosa que hasta entonces los ojos de los dos habían visto, y aun los de Cardenio, si no hubieran mirado y conocido á Luscinda; que después afirmó que sola la belleza de Luscinda podía contender con aquella. Los luengos y rubios cabellos no sólo le cubrieron las espaldas, mas toda en torno la escondieron debajo dellos; que, si no eran los pies, ninguna otra cosa de su cuerpo se parecía: tales y tantos eran. En esto les sirvieron de peine unas manos que, si los pies en el agua habían parecido pedazos de cristal, las manos en los cabellos semejaban pedazos de apretada nieve; todo lo cual en más admiración y en más deseos de saber quién era, ponía á los tres que la miraban. Por esto determinaron de mostrarse; y al movimiento que hicieron de ponerse en pie, la hermosa moza alzó la cabeza; y apartándose los cabellos de delante de los ojos con entrambas manos, miró los que el ruido hacían; y apenas los hubo visto, cuando se levantó en pie, y sin aguardar á calzarse ni á recoger los cabellos, asió con mucha presteza un bulto como de ropa, que junto á sí tenía, y quiso ponerse en huida, llena de turbación y sobresalto; mas no hubo dado seis pasos, cuando, no pudiendo sufrir los delicados pies la aspereza de las piedras, dió consigo en el suelo; lo cual, visto por los tres, salieron á ella, y el cura fué el primero que le dijo:

—Deteneos, señora, quien quiera que seáis, que los que aquí veis