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DON QUIJOTE DE LA MANCHA

yo á entender que podría ser que el cielo hubiese puesto aquel impedimento en el segundo matrimonio para traerle á conocer lo que al primero debía, y á caer en la cuenta de que era cristiano y que estaba más obligado á su alma que á los respetos humanos. Todas estas cosas revolvía en mi fantasía, y me consolaba sin tener consuelo, fingiendo unas esperanzas largas y desmayadas para entretener la vida, que ya aborrezco.

»Estando, pues, en la ciudad sin saber qué hacerme, pues á don Fernando no hallaba, llegó á mis oídos un público pregón, donde se prometía grande hallazgo á quien me hallase, dando las señas de mi edad y del mesmo traje que traía; y oí decir que se creía que me había sacado de casa de mis padres el mozo que conmigo vino; cosa que me llegó al alma, por ver cuán de caída andaba mi crédito, pues no bastaba perderle con mi huida, sino añadir el con quién, siendo sujeto tan bajo y tan indigno de mis buenos pensamientos. Al punto que oí el pregón, me salí de la ciudad con mi criado, que ya comenzaba á dar muestras de titubear en la fe que de fidelidad me tenía prometida; y aquella noche nos entramos por lo espeso desta montaña, con el miedo de no ser hallados. Pero, como suele decirse que un mal llama á otro, y que el fin de una desgracia suele ser principio de otra mayor, así me sucedió á mí; porque mi buen criado, hasta entonces fiel y seguro, así como me vió en esta soledad, incitado de su mesma bellaquería antes que de mi hermosura, quiso aprovecharse de la ocasión que, á su parecer, estos yermos le ofrecían, y con poca vergüenza y menos temor de Dios ni respeto mío, me requirió de amores; y viendo que yo con ásperas y justas palabras respondía á la desvergüenza de su propósito, dejó aparte los ruegos, de quien primero pensó aprovecharse, y comenzó á usar de la fuerza; pero el justo cielo, que pocas ó ningunas veces deja de mirar y favorecer á las justas intenciones, favoreció las mías de manera, que con mis pocas fuerzas y con poco trabajo di con él por un derrumbadero, donde le dejé, ni sé si muerto ó si vivo; y luego, con más ligereza que mi sobresalto y cansancio pedían, me entré por